08 mayo 2010

El niño de las cartas amarillas

Foto Daniel Murtagh

Bogard no era un niño como los otros. El era de los que iban a contraluz, de los que se dormían cuando el mundo despertaba, de los que vivían a destiempo. Y esta disparidad, espacio-tiempo, se hacia más evidente aún, en su elección musical.

 
A sus tiernos años no escuchaba las canciones de moda, no. El no iba rayando el sol con Maná o volaba con Magneto; el ya había escogido una generación musical, una generación que no era la suya. Extraña elección, que le valió los comentarios burlescos de la gente de su entorno. Sin embargo, Bogard, con sus dulces 9 años, se mantuvo firme y sereno, y alzo su voz para proclamar que las canciones de sus padres o de sus abuelos, eran de ahora en adelante, tambien las suyas.

Este niño no sobresalia en el deporte, tampoco era de los primeros de la clase; no memorizaba los nombres de las batallas en historia, ni las regiones en geografía, ni un poema en literatura; sin embargo, era una biblioteca a dos pies en títulos de canciones, en cantantes, en géneros musicales. Siempre andaba hambriento, hambriento de nuevos sonidos, de nuevos trinos; la música estaba en el aire, y el sólo quería respirarla.

Mi recuerdo mas remoto me lleva a decir, que la causa de esta revolución musical fue una voz. Una voz con un timbre de colores, una voz excepcional, que entro un día con una canción y se quedo allí, para siempre.


Esa voz le decía que la lluvia había dejado de caer, que seguía sentado en la playa del olvido, y que buscaba entre unas cartas amarillas, esos mil te quieros, esas mil caricias. Sus oídos infantiles guardarían a jamás, esa voz.


Nunca escucho a Nino Bravo, en tiempo presente. Nunca fue a un concierto, nunca lo vio en directo en el televisor. Nino, el más bravo de entre los bravos; es una foto, es un vídeo, es un disco de vinilo, es una voz que lo exorciza a ser libre como el sol, como el mar. 

Y allá, lejos, muy lejos, Bogard, sueña aún con un beso y una flor, desea ser como el viento e intenta convencerse que América es realmente un edén; sabe que tiene que coger fuerzas para forjar su destino con las piedras del camino, susurra un te quiero te quiero, esperando, también, ser querido. Hoy se ira a dormir, pero despertará mañana para seguir buscando a esa mujer, que se llama: Noelia.


Yo no sé porque esta melodia, Bogard, hace que yo siempre piense en ti.

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